Ya cubría el
pulpo casi la tercera parte de la pared cuando, de pronto, su crecimiento se
aceleró y en cosa de días, llego a la mitad o un poco más, los vecinos se
alarmaron aun mas cuando, sus ojos parecieron abrirse, tomando una actitud amenazadora,
la gente horrorizada, corrió el rumor de que, en cualquier momento despertaría y
devoraría a todo mundo, destruyendo la ciudad a su paso.
Los inquilinos
del edificio buscaron acomodo con algún pariente,
trataban de alejarse, por temor a lo que pudiera pasarles, los transeúntes, sin
necesidad de barreras o contenciones, cambiaron su andar por la acera opuesta y
si era posible, evitaban caminar cerca del edificio; nadie quería voltear a ver
la imagen pues, solo de mirarlo les daba pavor temían caer en una especie de hechizo, provocado por
esos ojos inyectados de ira.
A los pocos
días la lluvia dejo de caer, días
después, ya soleado y seco, la gente intrigada, acudía a ver qué sucedía con el
famoso pulpo, faltando la lluvia que según ellos lo alimentaba y hacía crecer, en efecto, detuvo su
crecimiento y sus ojos perdieron esa expresión fiera, los renteros tomaron de
nuevo confianza y regresaron a poblar el edificio, el movimiento de los
tentáculos termino y con ello todo pareció volver a la normalidad, no disminuyo
su tamaño pero ya no creció más; quedó como si un muy buen dibujante, se
hubiera dado a la tarea de plasmar aquella enorme figura, en tan alta fachada.
Poco menos de
un mes, se entrevisto a una anciana ya muy entrada en años, que dijo ser nieta
de quien mandara construir tal inmueble; era, portugués, acaudalado y capitán
de un barco pesquero, que por algunos problemas de de honor en su natal Oporto,
decidió cambiar su residencia a México, vendió
su barco y construyo ese bello edificio, se caso y fue muy feliz en su
nueva patria, del matrimonio solo nació una hija “mi madre, “ pero, no podía dejar su costumbres alimenticias,
disfrutaba claro de las delicias locales pero con mucha frecuencia le daba por
comer pulpos, su mujer aprendió a prepararlos de muchas y muy exquisitas
formas, siguiendo las recetas de familia, pero, nunca compartió su afición por aquellos
malolientes moluscos marino, y le decía cada vez que asqueada con su tan
penetrante olor al prepararlos.
- ¡ mi amor; algún día cuando mueras, las
almas de los miles de pulpos que has comido vendrán a buscarte!.
La nieta
cuenta que, de niña cuando pasaba sus vacaciones escolares en casa de sus
abuelitos la oía repelar diciéndole al abuelo con cariño.
- ¡mi amor; algún
día cuando mueras, las almas de los miles de pulpos que has comido vendrán a
buscarte! y dijo muy convencida.
-Yo creo que
eso fue lo que paso, el ama de los pulpos se materializo formando aquella
hermosa figura que ahora engalana la casa de mis abuelos.